El erizo y el globo

Una mañana, el erizo estaba mirando el horizonte a través de la ventana de su madriguera. Era un día hermoso, ideal para pasear. Así que decidió dar un paseo por el enorme bosque, lleno de árboles, animales traviesos, agua y mucho más.
Salió de su casa muy feliz. En el camino estrecho y lleno de baches, vio pasar un camión muy dañado con una carga enorme. De repente, una piedra en la vía hizo que cayera una pequeña caja.
El erizo la tomó y le gritó al conductor ¡Alto! ¡Detén el camión! ¡Dejaste caer una caja! Pero todo el esfuerzo por llamar su atención y devolverla fue en vano. El chofer no escuchó los gritos y continuó su viaje.
El erizo se fue a casa con el bulto bajo el brazo y con cada paso que daba; su curiosidad crecía cada vez más, por descubrir qué había dentro.
Cuando llegó a su madriguera, no esperó ni un segundo y la abrió. Ante sus ojos, aparecieron muchos globos, rojos, verdes, azules, amarillos, blancos y naranjas.
Encantado y desesperado por lo que descubrió, quiso inflarlos de inmediato y se propuso la tarea de hacerlo. Pero todo su esfuerzo fue inútil, ya que sus afiladas púas los explotaron.
Ante su fracaso, inmediatamente corrió a la casa de su vecino, el conejo, para pedir ayuda. ¡Hola, querido amigo! ¿Puedes ayudarme a inflar estos globos? ¡Claro! contestó. Cuando comenzó a hacer su trabajo, los grandes dientes del conejo le impidieron llenarlos de aire. Y lo que lograba con cada intento era un chiflido.
Entonces decidieron buscar ayuda de la ardilla. Señora, ¡puede cooperar con nosotros llenando estos globos! Pero la pobre tenía unos dientes tan diminutos que una vez más le fallaron.
Sin perder tiempo erizo, conejo y ardilla pensaron en su amigo el oso. Era muy fuerte y grande; y estaban seguros que lo lograría.
Cuando llegaron a la casa del oso, lo saludaron y le dijeron: ¡Por favor, puede ayudarnos a inflar estos globos! ¡Está bien! Dijo el oso. Y comenzó su trabajo, pero su fuerza era tan grande que al soplar los globos una y otra vez, explotaban fácilmente.
Esta vez erizo, conejo, ardilla y oso, fueron a buscar a un amigo muy sabio, el búho, y le dijeron: ¡Ayúdanos! Queremos inflar estos globos, pero no hemos podido.
El inteligente búho estudió la propuesta e inmediatamente comenzó a soplar. Pero a pesar de poner todos sus esfuerzos, no pudo, porque sus suaves y resbaladizas plumas se lo impidieron.
Agotados y desesperados, se sentaron a la orilla de un lago y dejaron de hablar por un rato. Inesperadamente una vocecita interrumpió el silencio y dijo: ¡Me encantan los globos! ¡Puedes darme uno!
Los amigos respondieron casi a coro, ¡eres demasiado pequeño para inflarlos! En ese momento la rana dio un gran salto, salió del lago y como por arte de magia infló rápidamente todos los globos en cuestión de segundos.
Los amigos se quedaron con la boca abierta, no podían creerlo y finalmente la rana le dio a cada uno de los nuevos amigos, un grupo de hermosos globos. Todos agradecieron a la dulce rana. Estaban muy animados y felices de ver los globos inflados.
Deja una respuesta