El león y el ratón

El león y el ratón

El sol se había puesto y el señor león después de un largo e interesante día de caza se estaba preparando para descansar un rato. Quería recuperar las energías perdidas, que tanto trabajo le hizo perder.

Pero el señor león no estaba solo; unos ratones merodeaban cerca de él. Los traviesos lo rodearon y empezaron a jugar muy felices. El más juguetón y alegre de todos, optó por esconderse nada más y nada menos, que en la abundante melena amarilla de ese fiero animal.

Pero sucedió algo terrible; el león sintió un movimiento en su cuerpo que interrumpió su sueño. Rugió y rugió, estaba muy molesto. Vio al ratoncito y dijo: ¡Debe ser que te consideras muy valiente! ¡No entiendo cómo llegaste a molestarme! ¡Ratoncito, no te dejaré ir!

Te voy a comer, para que quede claro que no puedes interrumpir al rey de la jungla cuando está disfrutando de su siesta.

El león y el ratón

El ratoncito no sabía qué hacer con su vida, lloraba, se arrodillaba, temblaba de miedo, pero nada, y el león estaba dispuesto a devorarlo. Luego dijo: ¡Por favor, espere! ¡Escúchame! Es interesante lo que le voy a contar. El león respondió: ¡Está bien! ¡Habla ratón! Veamos con qué argumento me vas a convencer.

¡Déjame ir! ¡No me comas! Te aseguro que en el día menos esperado me necesitarás para salvar tu vida y te prometo que vendré de inmediato a ayudarte.

Las palabras del ratón enfurecieron mucho más al león. Su rostro se puso muy rojo y sus rugidos se podían escuchar por todo el lugar. ¿Cómo crees que siendo tan pequeño te voy a necesitar? Ja ja ja ¡Ni siquiera sé cómo se te pudo haber ocurrido eso!

El ratón seguía insistiendo sin parar, y el león le perdonó por mostrar gran valentía. El pequeño roedor le dio las gracias y se fue muy rápido para encontrarse con sus amigos que se quedaron de lejos observando la situación.

Pasaron varias semanas y un día el ratón caminaba por la jungla, cuando de repente el león se encontró allí frente a sus ojos, rugiendo incansablemente, ya que una red lo había atrapado y no encontraba cómo salir de esa trampa.

Había hecho todo lo posible por relajarse, pero no podía. De inmediato y como prometió, el ratón se le acercó y trató de calmarlo: ¡No te preocupes! Estoy seguro que te sacaré de allí pronto.

El ratón usó sus afilados dientes y comenzó a roer la red hasta que el león quedó libre. Gracias, amigo me salvaste la vida.

Todos somos importantes en la vida. Ningún ser debe ser subestimado, por pequeño que sea; puede sorprendernos con su coraje, astucia y fuerza interior.

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