Los Gemelos y la Caja Mágica

Había una vez dos hermanos llamados Juan y Julio, que a pesar de ser como dos gotas de agua y de tener el mismo color de cabellos y los ojos azules como el mar, eran distintos en algo: uno era más travieso y pícaro que el otro.
Siempre Juan con sus bromas pesadas hacia molestar a su hermano Julio, hasta el punto de siempre hacerlo romper en llanto.
Después de finalizar su periodo escolar, tomaron unas buenas vacaciones y fueron al campo a visitar a sus queridos abuelitos. Una mañana después de tomar su desayuno, corrieron a jugar como siempre, hacia una montaña con un hermoso río, y unos grandes y frondosos árboles.
Pero en vez de jugar y compartir de manera armoniosa, Juan comenzó a molestar con sus bromas a su hermano Julio, este corrió sin parar hasta divisar una hermosa casa de madera, por lo que decidió esconderse allí a llorar.
Después de calmarse, Julio se dio cuenta que en esa casa estaba solo y comenzó a ver los hermosos objetos que la adornaban. Pero algo llamo poderosamente su atención, una bella, grande y brillante caja que estaba en una esquina de la sala de aquella linda casa.
La caja era mágica, pintada con dibujos antiguos muy bonitos y de un brillo muchísimo más intenso que el mismísimo sol.
Julio, quedo maravillado con aquella caja, se acercó con algo de miedo, la agarro con mucho cuidado y al abrirla se llevó la sorpresa de su vida. Del interior de la caja una dulce y suave voz le susurro:
-Hola, Julio, soy la voz dulce de la caja mágica, puedes pedirme siempre lo que quieras, pero para cumplirte debes ser un niño bueno, no ser egoísta ni malicioso. Si no cumples con esto, mi brillante luz se irá apagando poco a poco y ya no podré cumplir los deseos.
Cuando llego a la casa, saco rápidamente la caja de la mochila y la escondió dentro del armario de los libros, pero no se percató que su hermano Juan lo estaba espiando.
Julio salió a tomar un baño y en ese instante su hermano entro a la habitación y tomo la caja mágica, la abrió y se repitió la misma conversación que con su hermano.
¡Juan no lo dudó ni un segundo y le pidió a la voz que la habitación se llenara de toda clase de deliciosas golosinas para él solo, en un segundo zas! Aquello se encontraba repleto de deliciosos dulces.
Comió y comió hasta más no poder y sin compartir ni un caramelo con su hermano que había entrado a la habitación y se había quedado extrañado con aquella cantidad de golosinas, Julio volvió a suplicar que lo dejara comer algo, pero Juan no cedió ni un momento a sus pedidos.
Julio rompió a llorar al ver el egoísmo de su hermano por lo que corrió a buscar la cajita mágica, al encontrarla se llevó la sorpresa que esta había perdido parte de su brillo.
La tomo en sus manos con mucha fe y le pidió un nuevo deseo:
-Cajita mágica, perdona a mi hermano, deseo que el deje de ser tan egoísta y malicioso conmigo, respete a nuestros padres y abuelos y comparta siempre con los amigos.
La dulce voz le concedió de inmediato ese bonito deseo, la habitación volvió a ser como antes, las golosinas desaparecieron y algo en Juan cambio en ese instante.
En vez de molestarse con su hermano, se acercó a él y le dio un fuerte abrazo y le pidió perdón por tratarlo siempre mal y ser objeto de burlas. La caja mágica había logrado el sueño que tanto anhelaba Julio, por ello, se sentía muy feliz.
Guardaron la caja que recobro su gran brillo, y de vez en cuando le pedían un mágico deseo para su familia y amigos.
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